miércoles, 15 de febrero de 2012

La figuración no es contingente


Creo que el gran error de muchos, como Arnheim y los de la Bauhaus, que han decidido estudiar la imagen de forma sistemática, con un enfoque más o menos científico según el caso, es creer que la figuración es un mero accidente. Infravalorar el valor expresivo de la figuración, o la propia relación entre arte y figuración lleva, erróneamente, a creer, como dicen mis apuntes de la Oposición, que  

"la imagen es un lenguaje visual, quizás más limitado que el verbal, pero mucho más directo". 

Por el contrario, la experiencia de la percepción del arte nos lleva a que entrar en un templo egipcio o ver una escultura griega, o una pintura medieval, nos transportan a otros mundos, llenos de matices y con mil historias entrando como una riada en nuestro cerebro.

Y es que la imagen en sí no es, no constituye ningún lenguaje. Cada imagen, cada uno de los signos y símbolos que se han estudiado de forma sistemática por parte de psicólogos de la percepción, semiólogos y demás no equivale a las palabras, sino a las letras. Al final han hecho un estudio que roza la pura superchería, y que está a años luz de lo que en realidad supone el arte y la comunicación visual mediante su uso. ¿Por qué? porque cada signo no equivale siquiera a una palabra del lenguaje, sino a un mero sonido o letra. Y del mismo modo que sería estúpido y absurdo escribir libros usando sólo un fonema (imaginad un libro en el que sólo hubiera un conjunto de F mayúsculas) y hablar de las propiedades emocionales de la F sonaría a timo, los actuales textos sobre percepción visual derrochan páginas hablando del triángulo o de lo que hace sentir el azul marino. No digamos ya cuando se intenta hacer arte con elementos tan exiguos.

La figuración, presente en el arte desde sus más remotos inicios, nos logra transmitir los mismos significados, en múltiples y simultáneas capas, que otros lenguajes, como el hablado. Como la lectura del arte es en simultaneidad, muchas veces no se perciben las diferentes capas en la primera vez, pero a medida que se vuelve a ver el cuadro o la escultura van aflorando y se va enriqueciendo la comunicación. Un cuadro abstracto, en cambio, sólo cuenta con unos pocos elementos que o bien podemos ordenar geométricamente (Mondrian, Kandinsky) o que constituyen un caos indescifrable (Pollock, Saura). En cualquiera de los dos casos, la cantidad de información transmitida es menor y la interactuación con los bancos de imágenes visuales y mentales que poseemos es muchísimo menor también). Un cuadro figurativo (sobre todo cuando está bien realizado) presenta unos lugares, objetos y personajes que directamente relacionamos con análogos conocidos a lo largo de nuestra experiencia vital. De ese modo un desnudo como este de Degas,


  

puede evocar en la memoria múltiples vivencias, diferentes en cada persona. La bisabuela quizá se recuerde a sí misma en una época anterior a la generalización del agua corriente. Otro quizá recuerde el pelo rojo de su mujer desnuda en una mañana de primavera tras haber hecho el amor. Otra persona quizá se inunde de recuerdos por una novia que tuvo con un cuerpo semejante y con la que compartió mucha intimidad. Otro quizá sólo disfrute del colorido y los trazos, o se le junten todas esas vivencias y aún más. Gracias a la figuración, sea construyendo un estilo muy complejo y evolucionado como el del desnudo de Degas, o un estilo con evidentes desproporciones pero expresivo como este (Tapiz de Bayeux),


el arte plástico consigue superar la limitación propia de elementos abstractos muy simples como las formas geométricas o los colores puros, necesitando desarrollar complejos elementos formales totalmente nuevos, como trazos, degradados, pinceladas, texturas... más la técnica para representar de manera cada vez más convincente lo figurado. Es decir, el estilo, tema sobre el que Gombrich desarrolla su gran ensayo "Arte e Ilusión".

La estilización propia de la pintura añade cercanía y diferentes capas formales (técnica, colorido, trazo) y una relativa ambigüedad, que hacen la experiencia de ver un buen cuadro mucho más evocadora y plena que la propia realidad o que la visión de una fotografía. Los cuadros se nos quedan en la memoria durante más tiempo y con más intensidad que las fotografías o la misma realidad que vivimos, como ocurre con las historias vistas en el teatro, en el cine, lo leído o la música que escuchamos.