El debate sobre arte normalmente se lleva a cabo por gente que ni son artistas ni les importa nada el arte, con lo que pueden opinar la mayor chorrada o la mayor injusticia sin inmutarse. Es un ámbito tan especializado, tan sustraído al arte, que cuando los artistas nos metemos a opinar, tenemos que ser cautelosos, e increíblemente precisos. Esto lo vemos desde hace años, pero ahora que además de artistas nos hemos hecho hartistas, estamos viviendo su aplicación práctica.
La tradición, por ejemplo, es una de las bases de nuestro Manifiesto. Pero el debate sobre arte necesita su pequeña revolución kantiana. Las palabras son siempre ambiguas, y por ejemplo se suele contraponer tradición a modernidad, lo que implica que la tradición ya ha muerto, sustituida por la modernidad. Eso está muy bien si aceptas su defunción. Pero para los Hartistas la pintura está viva, y su tradición es ese poso que tenemos los pintores, que está igualmente vivo. No tiene sentido el debate tradición-modernidad, porque para nosotros todo está unido. Para los Hartistas la tradición es la mirada al pasado desde un presente determinado. Nosotros miramos desde nuestro presente, el siglo XXI, los decimonónicos mirarían desde el siglo XIX. Por eso el art-renewal -neoacademicismo- y el arte oficial nos parecen iguales: ambos entienden la tradición como una mirada al pasado desde un presente anclado en los primeros años del siglo XX y no desde nuestros tiempos.
Es decir; hablando en lenguaje ajeno, el de esta época de complacencia por la ambigüedad, nosotros propondríamos una síntesis entre tradición y modernidad.
Pero para nosotros los Hartistas, no es así. La tradición, es decir, el pasado visto desde nuestro presente, implica el recorrido hecho por las vanguardias pictóricas durante el siglo XX, desde Picasso y Matisse hasta Freud o Antonio López, Hockney, pasando por Balthus, Burri, Dufy... Si un extraterrestre como el que visitó a Hirst en el blog de Mariano quisiese hoy pintar, aprendiendo de los pintores actuales, vería referencias al claroscuro clásico, a la composición áurea, a la expresividad, a la pintura matérica, etc. Un totum revolutum que va tomando sentido porque está en el acervo común de los pintores en su conjunto.
Del mismo modo que no podríamos ya pintar igual que un egipcio o un barroco -aunque hay muy buenas imitaciones- ya no podemos pintar tampoco en estilo cubista sintético o expresionista de los Der Blaue Reiter, pop sesentero, etc. Es todo ello parte del pasado, y del conjunto de conocimientos que poseemos. Influirá en lo que se haga ahora, pero influye todo, no sólo lo que preferimos elegir.
Por si acaso, aclaro: hablo de pintura, no de anti-arte. En el anti-arte también hay una tradición, pero mucho más corta en recorrido histórico, y hasta hay ortodoxias técnicas estúpidas, como el uso ubícuo de la mierda -cambio la palabra caca, que a mí me parece más graciosa, porque hay gente muy seria que se enfada muy seriamente si a la caca no se le llama mierda- o la necesidad de que los monitores estén siempre a ras de suelo. Pero es otra historia, la del anti-arte, que nada tiene que ver con la pintura, ni influye casi en absoluto en la tradición pictórica.
En realidad, nuestra visión del arte no es más que recuperar la normalidad para la pintura. Así de simple, y así de duro. Duro para nosotros, que tenemos que desmontar pieza por pieza un sistema que ha funcionado casi durante 80 años. Y duro para los que manejan, porque aunque el sistema especulativo ha funcionado mucho tiempo, ya se está desmoronando, y la vuelta del sistema normal -no tradicional, sino normal, no especulativo- puede que los deje fuera. Pero el público es el que, perdida su virginidad en arte contemporáneo, está queriendo volver a un sistema que nunca supo que se había desechado.
No está en nuestro ánimo ser revolucionarios, pero nuestro éxito implicaría una revolución, que ya empieza en otros campos. Un cambio radical, es decir, de las raíces mismas del sistema, al menos en el ámbito que conocemos. Pero es evidente que hasta las raíces mismas de todo, economía incluída, están ahora en cuestión. Parece difícil que vaya a cambiar algo, precisamente porque supondría volver a lo natural, a lo sencillo, lejos de la especulación y el nihilismo en el que hemos estado instalados como civilización durante tantos años.
Cuando se ha aceptado que el emperador desnudo lleva hermosos ropajes es muy difícil que la verdad se vuelva a aceptar. Y francamente, la mayoría del arte oficial es nada, es puro aire, un montón de chorradas como pianos, y en el fondo hasta los que lo hacen, lo venden y lo compran y atesoran lo saben.
La tradición, por ejemplo, es una de las bases de nuestro Manifiesto. Pero el debate sobre arte necesita su pequeña revolución kantiana. Las palabras son siempre ambiguas, y por ejemplo se suele contraponer tradición a modernidad, lo que implica que la tradición ya ha muerto, sustituida por la modernidad. Eso está muy bien si aceptas su defunción. Pero para los Hartistas la pintura está viva, y su tradición es ese poso que tenemos los pintores, que está igualmente vivo. No tiene sentido el debate tradición-modernidad, porque para nosotros todo está unido. Para los Hartistas la tradición es la mirada al pasado desde un presente determinado. Nosotros miramos desde nuestro presente, el siglo XXI, los decimonónicos mirarían desde el siglo XIX. Por eso el art-renewal -neoacademicismo- y el arte oficial nos parecen iguales: ambos entienden la tradición como una mirada al pasado desde un presente anclado en los primeros años del siglo XX y no desde nuestros tiempos.
Es decir; hablando en lenguaje ajeno, el de esta época de complacencia por la ambigüedad, nosotros propondríamos una síntesis entre tradición y modernidad.
Pero para nosotros los Hartistas, no es así. La tradición, es decir, el pasado visto desde nuestro presente, implica el recorrido hecho por las vanguardias pictóricas durante el siglo XX, desde Picasso y Matisse hasta Freud o Antonio López, Hockney, pasando por Balthus, Burri, Dufy... Si un extraterrestre como el que visitó a Hirst en el blog de Mariano quisiese hoy pintar, aprendiendo de los pintores actuales, vería referencias al claroscuro clásico, a la composición áurea, a la expresividad, a la pintura matérica, etc. Un totum revolutum que va tomando sentido porque está en el acervo común de los pintores en su conjunto.
Del mismo modo que no podríamos ya pintar igual que un egipcio o un barroco -aunque hay muy buenas imitaciones- ya no podemos pintar tampoco en estilo cubista sintético o expresionista de los Der Blaue Reiter, pop sesentero, etc. Es todo ello parte del pasado, y del conjunto de conocimientos que poseemos. Influirá en lo que se haga ahora, pero influye todo, no sólo lo que preferimos elegir.
Por si acaso, aclaro: hablo de pintura, no de anti-arte. En el anti-arte también hay una tradición, pero mucho más corta en recorrido histórico, y hasta hay ortodoxias técnicas estúpidas, como el uso ubícuo de la mierda -cambio la palabra caca, que a mí me parece más graciosa, porque hay gente muy seria que se enfada muy seriamente si a la caca no se le llama mierda- o la necesidad de que los monitores estén siempre a ras de suelo. Pero es otra historia, la del anti-arte, que nada tiene que ver con la pintura, ni influye casi en absoluto en la tradición pictórica.
En realidad, nuestra visión del arte no es más que recuperar la normalidad para la pintura. Así de simple, y así de duro. Duro para nosotros, que tenemos que desmontar pieza por pieza un sistema que ha funcionado casi durante 80 años. Y duro para los que manejan, porque aunque el sistema especulativo ha funcionado mucho tiempo, ya se está desmoronando, y la vuelta del sistema normal -no tradicional, sino normal, no especulativo- puede que los deje fuera. Pero el público es el que, perdida su virginidad en arte contemporáneo, está queriendo volver a un sistema que nunca supo que se había desechado.
No está en nuestro ánimo ser revolucionarios, pero nuestro éxito implicaría una revolución, que ya empieza en otros campos. Un cambio radical, es decir, de las raíces mismas del sistema, al menos en el ámbito que conocemos. Pero es evidente que hasta las raíces mismas de todo, economía incluída, están ahora en cuestión. Parece difícil que vaya a cambiar algo, precisamente porque supondría volver a lo natural, a lo sencillo, lejos de la especulación y el nihilismo en el que hemos estado instalados como civilización durante tantos años.
Cuando se ha aceptado que el emperador desnudo lleva hermosos ropajes es muy difícil que la verdad se vuelva a aceptar. Y francamente, la mayoría del arte oficial es nada, es puro aire, un montón de chorradas como pianos, y en el fondo hasta los que lo hacen, lo venden y lo compran y atesoran lo saben.
3 comentarios:
Está muy bien lo que dices...Yo creo que se impone también ese concepto de CONTEMPORÁNEO como algo completamente ajeno a "lo que hubo antes", (que incluye por supuesto a la pintura), como si todo lo que hubo antes de irrumpir el concepto de "contemporáneo" hubiera muerto.
Yo creo que lo que se ha demostrado muerto, muertísimo, es el concepto de contemporaneidad, así a palo seco, campando por sí sólo, como si de repente hubiera habido un reinvento total y absoluto del arte.
En el arte, como en todo, la TRANSGRESIÓN debe ser respetuosa con lo transgredido, y entablar un diálogo con su pasado, no negarlo sino AMPLIARLO o matizarlo.
En el cine, por ejemplo, que a diferencia de las artes plásticas sí mantiene un cierto respeto al público, ha habido movimientos transgresores (por ejemplo, el cine DOGMA), que no actuaban como una ruptura sino como una matización de ciertas inercias que habían hecho del lenguaje del cine algo demasiado convencionalizado.
Hoy el dogma aparece presente en la mayoría del lenguaje audiovisual publicitario, y en el cine más comercial...supuso una ampliación del concepto de BELLEZA, pero no un intento de ruptura con el lenguaje anterior, al que respetó. Al fin y al cabo, una pelicula dogma es, como una película no.dogma, un artificio narrativo destinado a conectar con el espectador.
Ahora es muy polémica la peli de Jaime Rosales en la que narra los asesinatos de Cap Breton, a base de teleobjetivo y prescindiendo de los diálogos. Es, en cierto modo, una RUTURA, una transgresión al lenguaje clásico y secuencial del cine, pero RESPETANDO unos parámetros mínimos que hacen que el espectador se reconozca en ese lenguaje y pueda recibirlo.
Las artes plásticas OFICIALES han prescindido de ese respeto a lo clásico, como si LO CLÁSICO fuera un estorbo histórico y como si nunca hubiera existido.
Recuerda en la Facultad, cuando sólo nos daban Historia del Arte desde 1950 en adelante 8durante dos años), como si todo lo que viene detrás no hubiera pasado jamás.
Esta forzada ignorancia del pasado lleva a convertir lo NOVEDOSO en religión, pero es una NOVEDAD falta de apoyo y de posibilidades de llegar a un espectador, entre otras cosas porque si se desconoce el pasado ya ni se sabe donde está (en el caso de que exista) la novedad.
Porque no podriamos pintar como un egipcio o un barroco?
Por poder, podrías. Cierto que no tenemos sus mismos materiales ni herramientas, o que no conocemos sus cánones como los nuestros, por lo que nunca podremos sino repetir lo que conocemos con muy pocas variaciones, siempre que inventásemos, podríamos estar metiendo la pata (como los neoclasicistas, que ignoraban la policromía griega y romana).
Pero sin querer, conocerás cosas posteriores. Pero sobre todo, lo que te diferenciará será tu modo de pensar y de ver.
En los tiempos romanos esa sociedad estaba tan viva como la nuestra. Del mismo modo que nosotros ahora sabemos quién fue el Chikilicuatre, en la época romana tenían sus propios esperpentos y sus chistes, sus crisis, sus famosillos de medio pelo... todo eso se ha perdido para siempre, nunca se podría reconstruír al 100% ni un solo día en la vida de un romano antiguo, imagínate su manera de entender el arte.
Eso no quiere decir que no te puedas inspirar en una forma antigua, extinta, de arte para crear una nueva. Estás en tu derecho, y de hecho quizá eso sea muy de nuestra época, en la que vemos el pasado como un relato en color, coherente y preciso. Yo mismo he pintado cuadros "al estilo egipcio" y me lo pasé pipa. Me siguen gustando, y en ellos hay la misma autenticidad que en los que pueda hacer ahora.
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