Aunque aparentemente es una obviedad, lo que he subrayado tiene gran peso específico. ¡Es la clave! Durante un tiempo hemos pensado en combatir la teoría con nueva teoría que la desmonte, argumento por argumento. Pero los defensores de la teoría del arte contemporánea oficialista suelen rehuir el debate. Se escudan en citas de textos canónicos, pero nunca presentan un verdadero debate de la cuestión principal, es decir, cuál es el sostén teórico del arte conceptual, desde Duchamp a la actualidad. Los argumentos son débiles, y no existen textos que, desde un punto de vista filosófico expliquen la naturaleza de la transubstanciación de un objeto cotidiano -por ejemplo un urinario- en obra de arte. Para mí esta sencilla frase ha tenido, casi, el valor que para un creyente tiene -supongo- una revelación.
Porque aunque una y otra vez caigamos en la trampa de intentar desmontar teóricamente -lo cual no sería en realidad difícil- todo el entramado teórico del conceptualismo, es un esfuerzo vano. ¿Por qué? Porque en realidad la teoría conceptualista no pretende constituir un todo coherente, un razonamiento válido, ni siquiera una verdadera teoría artística. No es más que un conjunto de textos publicitarios, eslóganes sin más intención que vendernos algo, incluso la nada. Del mismo modo que la frase "lava más blanco" no necesita ni siquiera ser correcta gramaticalmente para funcionar en publicidad, o que el agua magnética no necesita las bendiciones de la física o la química para venderse, el arte conceptual puede presentarse y venderse como arte sin serlo. No importa la verdad, sea de la obra o del discurso: importa el mensaje publicitario. Por eso no es raro encontrar incoherencias, contradicciones y todo el catálogo de falacias lógicas en la supuesta teoría conceptual. Los reclamos publicitarios ni siquiera necesitan ser ciertos para que los productos funcionen en el mercado. Por eso cualquier cosa, literalmente hasta la basura o el vacío, o una idea, pueden ser vendidas como arte.
En realidad el verdadero arte es independiente de estas aventuras de marketing. Aunque Hirst venda sus tiburones de museo de Zoología por varios millones de dólares, las pinturas de Freud, Hockney o Antonio López poseen igualmente calidad, influyen en las generaciones actuales de artistas y se cotizan en el mercado a buen precio, siempre en aumento. No es que el mercado demuestre absolutamente nada, pero si ignoramos todo el entramado conceptual vigente muy probablemente el mundo del arte restante posee cierta salud y sigue su curso. Lo mismo ocurre con la ciencia. Que los mercachifles nos timen vendiendo agua magnetizada cuando eso es físicamente imposible, o que se venda espuma con olor a marisco por varios cientos de euros en restaurantes de hiper-lujo no impide que la ciencia avance o que la cocina mantenga su seriedad.
Pero estos fenómenos, no obstante sean periféricos, sí distorsionan la percepción que del arte, la ciencia o la cocina tiene el gran público, desvían la atención y medios económicos hacia ese tipo de actividad parasitaria y provocan un cierto recelo y desprestigio indiscriminado hacia las actividades verdaderas (arte, ciencia, cocina...) y en consecuencia contra la gente que en esos ámbitos trabaja en serio.
Asi es Xavier y Blue:
Los conceptuales ya entendieron que la
sociedad de consumo compra todo lo que esté bien publicitado, porque
han sustituido a la crítica por publicidad, entonces una cosa bien
publicitada se asume que es buena y la gente va. Así como el dinero
ahora inexistente del periodo Bush gastó en arte absurdo y costosísimo,
ahora están pagando por ver nada, es un alarde del cínico que lo
inventa frente a la nula crítica del que lo paga.
1 de abril de 2009 13:51