Desde hace años soy militante del escepticismo artístico. Estudiar ya en mis tiempos de instituto los movimientos artísticos de la historia, en especial la aceleración en el ritmo de aparición de nuevos "ismos" desde mediados del siglo XIX me ha hecho relativizar bastante la cuestión del estilo. Mi propia experiencia como alumno de arte en mi ciudad (Ferrol) me ha ido aportando experiencias muy valiosas en este sentido. Fui alumno del gran pintor expresionista Ricardo Segura Torrella, cuya destreza dibujando me impresionó desde el principio. Con él estuve tres años, en los que aprendí a dibujar solamente, y aún creo que, de seguir vivo Ricardo, todavía ahora podría seguir aprendiendo dibujo con él.
Ricardo Segura tenía un trazo firme, enérgico y lleno de vida, que apabullaba. Tanto, que sus alumnos se reconocían a la legua por su manera de dibujar. Los trazos de Segura, que él llamaba "las putaditas" conformaban un estilo "Segura Torrella" uniforme, al que curiosamente el propio Segura Torrella no estaba, ni mucho menos, atado. Segura, en definitiva, no era un "seguriño".
Cuando reviso los blocs de dibujo de aquella época, curiosamente, puedo notar su impronta, en el contraste, en los temas... pero no tanto en el estilo. Más o menos seguí mi camino de perfeccionamiento sin adoptar los tics de su trazo. En aquella época, realmente, mi ideal de dibujo empezaba en Segura, pero también devoraba libros de Leonardo, de Durero, de Ingres, de Picasso... y buscaba extraer sus secretos tanto como los de mi profesor.
Por aquel entonces mi obsesión era encontrar un "estilo" personal y lograr que ese estilo fuese reconocible y único para obtener el éxito (inventar mi propio "Cubismo"). Pero ningún estilo me parecía sincero en mí, porque sabía que cualquier estilo que imitase era eso, simple imitación y no fruto de mi trabajo o investigación. Lo hablé con Segura y con los artistas que conocía, incluida mi madre y Carmen, cuando la conocí. Concluí que debía despreocuparme. Quizá, con el tiempo, acabaría teniendo un estilo propio, aún sin buscarlo.
Al llegar a la Facultad, y pese a algún buen profesor, el nivel intelectual de este debate bajó a niveles descorazonadores. Para la mayoría de los profesores de allí, el estilo no sólo debía buscarse, sino que era algo importantísimo. Para ellos era necesario primero pensar qué estilo te convenía y luego afanarse en hacerlo conocido. Me dio asco esta actitud. Quisieron convencernos, en lo que llamaban "Historia del Arte" de que efectivamente el estilo era una decisión previa al oficio, y hasta que el oficio no importaba si el estilo era bueno. Pero mi intuición, confirmada por cada exposición nueva que veía, me decía todo el tiempo que no. Por primera vez me pareció que todo lo que decían los artistas en plan "yo soy cubista pero con un poco de expresionismo" eran sólo excusas, que valen en la medida de que motivan para pintar cuadros, hacer esculturas, etc...
Tras cuatro años en Pontevedra, Carmen y yo nos trasladamos a estudiar a Barcelona, y allí al fin tuvimos Historia del Arte de verdad. Se nos enseñó, por ejemplo, la evolución desde Pietro Cavallini a Masaccio pasando por Giotto, la diferencia entre las distintas escuelas locales del Renacimiento, las corrientes del Barroco... Con el tiempo también he ido leyendo maravillosos textos, como los de Gombrich en "Arte e Ilusión", que desarrollan este tema en profundidad y me han hecho afianzar mis intuiciones.
El estilo es para mí una especie de modo de hacer particular de una escuela, país, movimiento y en definitiva de cada artista, pero no es imprescindible obsesionarse con él, buscarlo de antemano o intentar que sea original (esta es otra cuestión de la que ya hablaré). En estos años he ido desarrollando una especie de teoría, un pensamiento sobre las motivaciones para pintar, que abarca algo más que el estilo, pues están también temas, técnicas, etc, que viene a ser eso de las excusas, pero que he formulado por primera vez de forma más o menos cuidada para el catálogo de mi actual exposición coruñesa. Aunque lo he publicado aquí ya, os vuelvo a traer este texto en un nuevo con-texto. Helo aquí:
Ricardo Segura tenía un trazo firme, enérgico y lleno de vida, que apabullaba. Tanto, que sus alumnos se reconocían a la legua por su manera de dibujar. Los trazos de Segura, que él llamaba "las putaditas" conformaban un estilo "Segura Torrella" uniforme, al que curiosamente el propio Segura Torrella no estaba, ni mucho menos, atado. Segura, en definitiva, no era un "seguriño".
Cuando reviso los blocs de dibujo de aquella época, curiosamente, puedo notar su impronta, en el contraste, en los temas... pero no tanto en el estilo. Más o menos seguí mi camino de perfeccionamiento sin adoptar los tics de su trazo. En aquella época, realmente, mi ideal de dibujo empezaba en Segura, pero también devoraba libros de Leonardo, de Durero, de Ingres, de Picasso... y buscaba extraer sus secretos tanto como los de mi profesor.
Por aquel entonces mi obsesión era encontrar un "estilo" personal y lograr que ese estilo fuese reconocible y único para obtener el éxito (inventar mi propio "Cubismo"). Pero ningún estilo me parecía sincero en mí, porque sabía que cualquier estilo que imitase era eso, simple imitación y no fruto de mi trabajo o investigación. Lo hablé con Segura y con los artistas que conocía, incluida mi madre y Carmen, cuando la conocí. Concluí que debía despreocuparme. Quizá, con el tiempo, acabaría teniendo un estilo propio, aún sin buscarlo.
Al llegar a la Facultad, y pese a algún buen profesor, el nivel intelectual de este debate bajó a niveles descorazonadores. Para la mayoría de los profesores de allí, el estilo no sólo debía buscarse, sino que era algo importantísimo. Para ellos era necesario primero pensar qué estilo te convenía y luego afanarse en hacerlo conocido. Me dio asco esta actitud. Quisieron convencernos, en lo que llamaban "Historia del Arte" de que efectivamente el estilo era una decisión previa al oficio, y hasta que el oficio no importaba si el estilo era bueno. Pero mi intuición, confirmada por cada exposición nueva que veía, me decía todo el tiempo que no. Por primera vez me pareció que todo lo que decían los artistas en plan "yo soy cubista pero con un poco de expresionismo" eran sólo excusas, que valen en la medida de que motivan para pintar cuadros, hacer esculturas, etc...
Tras cuatro años en Pontevedra, Carmen y yo nos trasladamos a estudiar a Barcelona, y allí al fin tuvimos Historia del Arte de verdad. Se nos enseñó, por ejemplo, la evolución desde Pietro Cavallini a Masaccio pasando por Giotto, la diferencia entre las distintas escuelas locales del Renacimiento, las corrientes del Barroco... Con el tiempo también he ido leyendo maravillosos textos, como los de Gombrich en "Arte e Ilusión", que desarrollan este tema en profundidad y me han hecho afianzar mis intuiciones.
El estilo es para mí una especie de modo de hacer particular de una escuela, país, movimiento y en definitiva de cada artista, pero no es imprescindible obsesionarse con él, buscarlo de antemano o intentar que sea original (esta es otra cuestión de la que ya hablaré). En estos años he ido desarrollando una especie de teoría, un pensamiento sobre las motivaciones para pintar, que abarca algo más que el estilo, pues están también temas, técnicas, etc, que viene a ser eso de las excusas, pero que he formulado por primera vez de forma más o menos cuidada para el catálogo de mi actual exposición coruñesa. Aunque lo he publicado aquí ya, os vuelvo a traer este texto en un nuevo con-texto. Helo aquí:
Cuando un artista pinta suele centrarse en algo que le motiva: un tema, una técnica, un empeño revolucionario, un estilo... así tenemos paisajistas, acuarelistas, cubistas, seguidores de Bouguereau... A cada pintor le parece que su obsesión es la esencia misma del arte... La mayoría llegan a creer que lo que les motiva, sea lo que sea, es una especie de misión trascendental que les hace mejores que los demás.
Pero a mí me parece que estas obsesiones, estas motivaciones son sólo “excusas”. Una idea que revolotea en la cabeza del artista y le motiva para coger los pinceles y desmelenarse, pero nada más. Da igual que consista en el puro contraste visual entre un par de colores, la expresión del sentimiento de angustia por la crueldad del mundo, la imagen de la divinidad majestuosa o la descripción anatómica del sexo femenino. Da igual, incluso, que se trate de algo noble, lleno de buenos sentimientos por toda la Humanidad o inconfesables ansias íntimas y oscuras. Al final, lo que cuenta es que esa “excusa” ha servido para que un artista, una persona con un oficio un tanto raro, se haya sentido motivada durante un tiempo para sacar de su interior nuevas obras, volcando su inteligencia y destreza en un lienzo, una tabla, un papel...
Saber que tan sólo son excusas quita algo de gracia a utilizarlas. Uno ya no puede ser un fanático convencido del surrealismo, o volcarse alegremente en la salvación del mundo mediante los paisajes al pastel. Así que me limito a hacer lo que me apetece y si me preguntan, esa es mi excusa. Pensando qué hacer para esta exposición, me ha parecido bien ahondar en una técnica que vengo practicando desde hace un tiempo: los “desajustes”.
Lo de los “desajustes” es algo tan simple como hacer una mancha de colores y luego superponer un dibujo que no se ajuste completamente, como en los cuadros de Raoul Dufy (1887-1953). Un día decidí probar esa técnica, para pintar más rápido en un concurso de pintura ídem, y ahí empezó todo. Pronto vi que no sólo se trataba de rapidez o un efecto extraño; separar mancha y línea me hacía más consciente de la función de ambos componentes de la pintura. Los cuadros que os traigo aquí son el resultado de este juego, en el que muchas veces he fracasado porque mancha y línea tendían a coincidir casi al mílímetro, de modo que he tenido que desarrollar sistemas para forzar el desajuste, cambiando a propósito perspectivas, estilos, posturas....
Supongo que antes o después cambiaré de “excusa” y abandonaré los “desajustes”. O no, ¡quién sabe! Pero mientras, esto me ha servido para pintar nuevos cuadros, probar cosas nuevas y en definitiva... pasármelo pipa pintando.
4 comentarios:
"Pero a mí me parece que estas obsesiones, estas motivaciones son sólo “excusas”. Una idea que revolotea en la cabeza del artista y le motiva para coger los pinceles y desmelenarse, pero nada más".
Muy buena observación, Anxo. Las excusas, cualquiera sea, son el combustible que pone nuestro motor en marcha; pueden servir en un momento dado, pero no conviene fanatizarse con ellas.
Supongo que te puede interesar esto que Borges escribió en 1969, en el prólogo de Elogio de la Sombra:
"No soy poseedor de una estética. El tiempo me ha enseñado algunas astucias: eludir los sinónimos, que tienen la desventaja de sugerir diferencias imaginarias; eludir hispanismos, argentinismos, arcaismos y neologismos; preferir las palabras habituales a las palabras asombrosas... recordar que las normas anteriores no son obligaciones y que el tiempo se encragará de abolirlas. Tales astucias o hábitos no configuran ciertamente una estética. Por lo demás, descreo de las estéticas. En general, no pasan de ser abstracciones inútiles; varían para cada escritor y aún para cada texto y no pueden ser otra cosa que estímulos o instrumentos ocasionales".
Saludos.
Levanta el ánimo ver que se llega a una idea similar a la que ha llegado antes alguien como Borges. Gracias por compartir esta cita.
El estilo es como el encanto personal o la elegancia. Se tiene o no, pero no se finge ni se imposta.
Y en cuanto a lo original en el arte, sobre lo que ya hemos hablado largo y tendido, sigo pensando que es interesante si entendemos "original" como "genuino" o "personal", pero nunca como sinónimo de "innovador" o "extravagante". El problema es que en las artes, en general, la búsqueda de esta "innovadora originalidad" se ha convertido en la coartada de los mediocres y de ahí al paroxismo (o flipamiento o flipor) de algunos, no hay nada... Ej: Exponer marcos sin cuadros o lechugas podridas. ¡Originalísimo! (exclámese con ironía)... pero una mierda que no veas.
tres cosas para los desajustes, por si no los termina de ver claros:
1º Vaya al óptico y revise la graduación de las gafas.
2º Cambie el pincel de mano de vez en cuando, y no corrija lo hecho por esta, también es usted. Si le ofende, insúltela y vuelva a su querida y amada mano.
3º gaste algo más en la calidad del vino.
Para todo lo demás podría arrastrar palabras casi tantas como usted, pero lo que importa es el resultado final, o queda, o no, y punto.
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