Según la versión oficial de la Historia del Arte, los principios de originalidad, innovación, se pueden encontrar en el arte en todas y cada una de las etapas históricas y en todos los artistas de relieve.
Es el mito de La Vanguardia Permanente. Sabemos, por la física elemental, que no es posible el movimiento continuo, en el que un impulso inicial empuja infinitamente un mecanismo. El rozamiento, el desgaste, acaban parando, por las pequeñas pérdidas de energía, cualquier mecanismo de perpetuum mobile por ingenioso que sea. Hoy en día los científicos rechazan sin titubear a aquellos que dicen haber inventado la máquina-motor permanente. Suelen ser embaucadores, gente que quiere vivir de una patente dudosa sin dar un palo al agua.
La Vanguardia Permanente responde al mismo principio: Una vanguardia, impulso de renovación, es por definición efímera, poco duradera. Dinamita el terreno para que otros puedan edificar sobre las ruinas humeantes. Pero si la vanguardia sustituyese a la construcción permanentemente, llegaría un momento en el que nada quedaría para dinamitar. Es preciso que haya siempre antes de la vanguardia una etapa de construcción, si no la destrucción no tendría sentido: no podría llevarse a cabo ni serviría para nada. En sí, la idea de renovación, de innovación, está contrapuesta a la de perpetuidad, como es evidente.
El mito de la Vanguardia Permanente, se muestra más falaz todavía si se pretenden explicar con criterios de vanguardia los hechos del pasado artístico. Me explico. De ser cierto que el arte va unido siempre a la originalidad, el arte egipcio no puede ser considerado arte; los egipcios hacían precisamente de la continuidad, de la inmutabilidad de los cánones, su mayor orgullo.
Ni siquiera este impulso de querer repetir, de lograr un lenguaje fijo, clásico, y no la inestable originalidad es exclusivo del arte egipcio. Sin ir más lejos, sigue vivo hoy en nuestros dibujantes adolescentes, que se empeñan en alcanzar y perpetuar las soluciones del cómic japonés -manga- y atesoran con orgullo esa influencia. El estilo manga, aunque nos pese, ha venido para quedarse, y hoy inunda la estética joven en películas, cómics, publicidad... Dígale usted a un chavalín que dibuja guerreros o mariposas estilo manga que sea original, que no copie a los japoneses. No lo entenderá, porque el manga "mola".
En un alarde de prepotencia, pero también de manipulación, o si acaso simpleza, la historia del arte que oficialmente nos presentan, busca elementos genio entendido en el sentido moderno, de originalidad, no ya en Egipto -que también- sino en artistas clásicos como Leonardo, Miguel Ángel, o Rafael, obviando la enorme importancia de los talleres en que cada uno aprendió su oficio, las influencias que recibieron, de sus amistades, las escuelas locales de cada ciudad...
Se pretende que el arte sólo se entienda como la historia de la innovación. Pero no en el sentido técnico, como hicieron los griegos cuando hablaban de la conquista de la mímesis, o Vasari en sus "Vidas", sino como una recopilación de rebeldías y ocurrencias. Se convierte a todos los artistas de la historia en vanguardistas de su época, cuando la idea del "Más difícil todavía", cuando el prestigio de la palabra "nuevo" tiene sentido sólo en nuestro entorno consumista. En el pasado se valoraba más la tradición, el oficio, que la novedad.
Desengañémonos: el adjetivo "nuevo", que tan útil es hoy para vender detergentes o coches, pero también obras de "arte contemporáneo", no se utilizó como reclamo antes del siglo XIX, o si acaso el XVIII, es decir, cuando el arte empezaba a ser mercancía con la que especular. Realmente este adjetivo empieza a ser imprescindible en nuestra profesión con la vanguardia, para atraer a coleccionistas ricos y con poca cultura, que se guiaban de gurús, críticos o entendidos antes de invertir en arte.
Según el criterio hoy en boga, si Goya es importante no es por su fabulosa maestría, imaginación, cultura, por la intensidad de su trazo y la fuerza de sus obras, sino por haber sido precursor del impresionismo. ¿Precursor? ¿No será más bien que influyó en los que vieron sus obras, tanto en su época como mucho después? En esta profesión, los hallazgos afortunados -que no tienen por qué ser novedades, sino simplemente características que se ponen de moda o tienen cierto éxito- son imitados hasta la saciedad por los que vienen después, sean o no discípulos. Es muy significativo que después de Giotto la pintura italiana se transforma, alejándose un poco más del modelo bizantino. Se habla de renovación. Pero en realidad, ¿no estaba Giotto volviendo a una forma de pintura anterior, la de los pintores romanos? ¿no se encontró en Roma con los frescos de Pietro Cavallini, muy diferentes a la pintura que conocía en Florencia? ¿No recibió influencia del clasicismo romano (y del arte de centroeuropa) a través de las esculturas de los Pisano, padre e hijo?
No existe la tan traída y llevada originalidad, sino diversas influencias, y cambios en los gustos a lo largo de los siglos. Si miramos en su conjunto la Edad Media en el arte italiano vemos que los estilos europeos más fuertes, como el románico y el gótico, nunca llegan a cuajar totalmente en el país, que presenta versiones propias, "romanizadas" hasta grados extremos de los estilos internacionales. Lógico, en unas tierras que fueron cuna del Imperio, y en las que las ruinas clásicas eran más abundantes y de más calidad que en ninguna otra parte de Europa.
En cualquier caso, creo que los criterios vanguardistas sólo sirven para la época en que esos criterios influyen en la concepción del arte. Y me da la impresión de que empiezan a no ser válidos ya.
Ilustraciones:
- Perpetuum Mobile de Villard de Honnecourt, año 1230.
- Desarrollo del Canon Egipcio
- Dibujo manga-Disney de Jen Wang
- Cuadro picassiano de Jackson Pollock
- Bella cabeza pintada al fresco por Pietro Cavallini, en un estilo muy semejante al de Giotto.
- "El beso de Judas", una de las escenas de la vida de Jesús en la Capilla Scrovegni, por Giotto.
2 comentarios:
Totalmente de acuerdo. El problema es que en la sociedad de consumo en la que vivimos, la "novedad" se ha convertido en virtud "per sé". Todo se vende más y mejor si es nuevo, aunque no haya aportado nada que mejore lo anterior. No es de extrañar que el arte no se escape a todo esto. Y es una pena, porque la obsesión por ser nuevo, vanguardista y original, está desplazando a la obsesión por ser, simplemente, bueno, talentoso, inspirador... Por supuesto, me imagino que la excusa de la originalidad también servirá para defenderse de las críticas (el consabido "les parece malo porque no lo entienden"). Es un recurso fácil.
Me parece sintomático que se suele decir en círculos cercanos al arte la consabida frase:
"XXXXXXXX es importante, porque aportó algo nuevo al arte",
cuando yo creo que con esos mismos fonemas se podría decir, mejor:
"XXXXXXXX es importante, porque aportó algo bueno al arte".
Y eso es lo realmente importante, lo que realmente sí deja huella, tanto en el público como en los siguientes artistas. Dejar algo BUENO es lo que mete a un artista en los libros de historia.
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