Hace años, desilusionado, asumí que en Bellas Artes en lugar de enseñarnos los secretos del dibujo y la pintura nos enseñarían a odiar el arte y amar la mierda en lata. La impostura de lo que nos "enseñaban" me pareció tan evidente, tan obvia, y la manera de adoctrinar tan abusiva e injusta, que muy a mi pesar decidí dedicar parte de mi tiempo a combatir el engaño, a denunciarlo y hacer lo posible por subvertir el sistema establecido.
En mis tiempos de estudiante colaboré activamente con la revista de la ACME, totalmente proscrita y clandestina, y hoy aporto mi granito de arena con este humilde blog.
Toda ayuda es bienvenida. Mi mujer, ya en la facultad, tomó la decisión, contra la engañifa, de trabajar como una bestia. Eso ahuyenta bastante a los moscones, amigos del vagueo y la subvención, y les hace mucha pupa. Creo que es, al fin y al cabo, lo más útil para luchar contra la impostura en general.
Pero por la razón que sea, otros, como mi amigo Mariano Casas, o yo mismo, necesitamos antes hacer una toma de posición y construcción teórica, que contestase los argumentos del anti-arte. Para
vencer era necesario
convencer. Aunque realmente, para nosotros, es triste tener que esforzarnos en teorizar, en denunciar los engaños en vez de dedicar todo el tiempo a nuestra carrera artística. Pero no nos queda otra, no podemos esperar a que los
expertos denuncien una situación que aunque afecta a toda la Sociedad, es a nosotros, los artistas, a quienes más daño hace.
Desde el primer momento en nuestro grupo de "rebeldes" en Pontevedra, encontramos apoyos en filósofos, artistas actuales, artistas del pasado y gente corriente que opinaba lo mismo que nosotros.
Si hay un símbolo, una referencia conocida por todos y que ilustra a la perfección todo lo que está pasando en el mundo del arte, y en otros aspectos de nuestra sociedad neoliberal y capitalista furibunda, es lo narrado magistralmente por
Hans Christian Andersen en su famoso cuento
"El traje nuevo del emperador"En el enlace tenéis el cuento completo.
Este cuentito infantil deja al descubierto todos los ingredientes del engaño que encierra el mal llamado arte moderno o contemporáneo, al que nosotros preferiríamos llamar
arte oficial, pero que para distinguirlo del
arte propiamente dicho
denominamos, como hacía Duchamp,
anti-arte.
En el cuento, los timadores que venden la tela inexistente dicen que es una tela mágica: los que no son adecuados para su cargo o estúpidos creen que no hay nada.
Lo curioso es que con el anti-arte pasa lo mismo: los que no son cultos o no
abren su mente no pueden ver qué tiene de artístico una sala vacía, una lata llena de caca, o matar un perro.
Yo debo ser muy inculto y muy cerrado mentalmente porque tampoco lo veo.
Aunque aparentemente lo sencillo es aceptar que el anti-arte es arte, tal y como nos dicen, los hay que por más que nos esforcemos no conseguimos ver arte en él. No somos capaces de aceptar alegremente que el arte actual, como nos dicen las revistas especializadas, es el de esas "cosas" y no lo que nosotros pintamos. No somos capaces de comprender qué tienen en común los autorretratos de Rembrandt o las mujeres desnudas de Modigliani con unas bolsas llenas de periódicos o una foto de hace 50 años con las caras manchadas de rojo.
En este punto, cuando ya estoy a punto de abandonar, porque me empiezo a considerar zafio e inculto, pienso en el cuento de Andersen y me reconforto. Luego, ya más tranquilo, recuerdo la famosa frase de
Abraham Lincoln:
“Se puede engañar a una parte de la gente todo el tiempo; se puede engañar a toda la gente una parte del tiempo, pero no se puede engañar a toda la gente todo el tiempo”.
El arte siempre ha sido un pasatiempo para aristócratas, pues sólo las clases altas podían pagar los servicios de los artistas. Como decía una frase anónima,
"el arte tiene amantes pobres y maridos ricos". Pero antiguamente el pueblo admiraba a los grandes artistas. Había un mínimo de calidad, un interés de la élite por conseguir lo mejor, lo más exquisito. Esto lo explica muy bien
Mariano Casas en su blog.Con la llegada del arte contemporáneo, prácticamente desde que empezó a utilizarse el término, es decir, desde el siglo XVIII y el XIX, el arte empezó a ser entendido cada vez por menos gente. La aparición sucesiva del Romanticismo, del Realismo, del Impresionismo y finalmente las Vanguardias Históricas, fue distanciando al arte del público, que cada vez entendía menos lo que se le presentaba. El arte que se fue perfilando como el actual anti-arte en una lenta evolución desde posturas de revival vanguardista, acrecentó la brecha entre público y artistas hasta puntos extremos. Un supuesto arte ultra-elitista, cuyo ejemplo más claro puede ser Damien Hirst, con obras que se valoran en millones de libras, y que consisten en animales muertos y embalsamados parcialmente, calaveras cubiertas de joyas...
La supuesta rebeldía de éste y otros "chicos malos" consiste en vender cosas carísimas a la gente que las puede comprar. Lógicamente, el 99% de los mortales, quedamos fuera de su alcance.
Sorprendentemente, este camino va parejo a la universalización de la Democracia. Pese a su evidente bondad, la democracia sigue siendo gobernada por las mismas clases altas, la misma aristocracia de antaño. Pero ahora, para mantener el poder en las manos de los de siempre, se necesita abrir cada vez más la brecha entre las clases bajas y altas. Como bien señala Mariano Casas en su blog sobre la ESO,
Yo creo que los gobiernos democráticos tienden a tener unos sitemas educativos defectuosos a propósito.
Un amigo, también profesor, planteó esta idea un día, conversando, y a mí me pareció una locura, pero cada día estoy más de acuerdo con él.
En los gobiernos autoritarios la educación directamente se manipula y ya está, como la tele, los medios o todo lo que pueda tener un receptor pensante.
Las democracias no pueden hacer esto, los gobernantes y políticos no pueden usar la enseñanaza como objeto de prolongación de su poder. Así que simplemente la dejan degradarse, y que se cree una sociedad hiperconsumista, con sentido crítico ausente o tendente a cero, y en la que hacer política se limite a gestos vacíos de contenido, dirigidos a una masa carente de juicio válido, y por tanto, manipulable al 100%.
Es como una tiranía incruenta, con una clase política privilegiada, y una plebe adicta a pasar el fin de semana en grandes superficies, y cuyas únicas preocupoaciones son saber en qué equipo correrá Fernando Alonso, o si Raúl irá al mundial.
Sus preocupaciones deberían ser otras, porque de hecho es una masa social que de algún modo vive tiranizada y oprimida, pero que ni siquiera ES CONSCIENTE de ello.
Las décadas previas y posteriores a los años 50 del siglo XX son decisivas para entender como se gestó nuestro mundo actual. En esa época se extendieron dos ideologías: el socialismo y el liberalismo. El
socialismo en la Europa de entonces no tenía demasiado que ver con el socialismo real de Rusia o China. Era un ideal, bastante utópico, irrealizable. Pero al menos pretendía contrarrestar la fractura social, que era ya una tendencia muy marcada.
El
liberalismo, en cambio, justificaba el capitalismo como el mejor sistema, e incluso como el sistema "natural", "único" de regularse la Humanidad. En el fondo, el análisis marxista, también estaba sirviendo de apoyo a estas tesis, al hacer hincapié en los medios de producción.
Todos sabemos qué ideología venció. Hoy día, hasta los partidos socialistas europeos utilizan análisis y políticas económicas de corte liberal o neoliberal. Pertenecen a las internacionales liberales del mismo modo que sus oponentes de derechas. Y si acaso, se diferencian en un mayor peso de la política social, que principalmente les sirve para suavizar una imagen mercadotécnica excesivamente cruda.
Pues bien: en esa época, los artistas se dividían igualmente en dos tendencias: los que pretendían descartar la vanguardia como método, para hacer un arte social y expresionista, en el que entraran de nuevo los sentimientos. Se quería devolver el arte al pueblo, es decir, hacer un arte de masas.
Enfrente, estaban los que se asentaban en el método vanguardista -que tan buenos dividendos había dado a la primera generación de artistas modernos- y no se preocupaban del público sino de la élite que les daba las ganancias.
En realidad los artistas no se daban mucha cuenta de esto, para ellos era una cuestión de libertad individual, como para los empresarios el triunfo del liberalismo supone alcanzar cotas de libertad reales.
Liberalismo económico -es decir, desarrollo sin cortapisas del capitalismo-
y Anti-arte -desarrollo sin cortapisas de la vanguardia- han ido parejos, y se han apoyado mutuamente.
El anti-arte, aprovechando el prestigio cultural y contracultural del arte de vanguardia, se utiliza para limpiar la imagen excesivamente inhumana y maquinal del liberalismo económico.
El liberalismo se utiliza para justificar la vitalidad y la calidad del anti-arte, pues se supone que en un sistema capitalista, liberal, democrático, lo que funciona económicamente lo hace por deseo expreso del pueblo, que sabe lo que es bueno y lo pide, y no por un empeño del poder.
Pero esto no deja de ser una falacia más o menos ingeniosa. Ni el liberalismo es un sistema neutral o natural, no dirigido, ni todo lo que el sistema nos vende es real, bueno o está vivo. El sistema, a poco que lo analicemos, necesita crear en nosotros, constantemente,
necesidades ficticias -por ejemplo, cambiar de móvil cada seis meses- porque se sustenta en el consumo, en el despilfarro. No puede haber nada menos natural, nada más intencionado, nada más dirigido.
Una típica polémica falaz de este estilo es la de la telebasura. Los directivos de televisión justifican la emisión de telebasura no por sus motivos reales (es mucho más barato producir programas de telebasura que cualquier otro tipo de programas) sino diciendo:
"La gente es lo que pide. Los índices de audiencia lo demuestran".
Quitando que las cadenas de televisión no están obligadas a emitir siempre lo que tiene más audiencia, quitando que pueden influir notablemente en la audiencia de los programas mediante marketing, quitando que los programas de telebasura tampoco son siempre éxitos -aún recuerdo la retirada de
El Bus o de
Escuela de Actores- hay una razón más: la gente no puede
pedir nada, ve lo que se emite. Si emites mierda, verán mierda. Yo mismo he visto alguna vez, hipnotizado, la teletienda. ¿Quién no?
Lo que está muy claro es que
la élite necesita una masa manejable, y por tanto, dormida. Se cuentan miles de mentiras, a cada cual más gorda, y nadie mueve un dedo. ¿Miedo? Peor, acomodación. Como bien señaló Marcuse,
la alienación está enfocada en la conciencia misma del hombre moderno, y por tanto no hay forma alguna de escapar a la coacción (
de la Wikipedia). En la aséptica "V de Vendetta" se muestra una distopía que no es más que la caricatura de nuestra sociedad, y no deja de parecer ingenuo ver cómo un solo hombre consigue desbaratarla, del mismo modo que en el cuento de Andersen un niño basta para que todos se den cuenta del engaño.
Pero a pesar de todo, yo no pierdo la esperanza.
La necesidad de ser un arte para la élite, ha sido desde luego una de las claves del éxito del anti-arte. Pero ahora, eso mismo precipitará su hundimiento.
Para entender por qué lo digo, pensemos en el
low-cost. Aunque la élite tiene maravillosos productos de primera línea, como Porsches, Ferraris, televisores de plasma, ropa de Armani, Manolo's, etcétera, el sistema produce productos de imitación, de segundas marcas, que tienen un precio muchísimo más bajo. De este modo la plebe mejora un grado más su bienestar paralizante, y olvida su opresión, el engaño en el que vive. Aunque sólo la plebe se lo cree, la élite sigue viéndolos como plebe. Leamos un texto de Rafael Reig (
extraído de Escolar.net):
Los ricos de verdad serán muchas cosas, pero idiotas del todo no son. Una camisa parecida a la que llevan no les va a engañar, se lo aseguro. Tienen esa cualidad tan sorprendente que Monterroso ya detectó en los enanos: se reconocen entre sí a simple vista. Para eso, han inventado la distinción, que no es más que una forma de distancia; es decir, de mantenernos a distancia a los demás.
Recuerdo haber leído en Gibbon que se discutió en el Senado romano la posibilidad de uniformar a los esclavos. Al final, decidieron que era demasiado peligroso porque si llevaban uniforme, ellos mismos se darían cuenta de cuántos eran: acabarían rebelándose. En mi opinión, eso es el low cost: no somos unos desgraciados, tenemos nuestro móvil, nuestra pantalla de plasma, muebles de Ikea y ropa de Zara. Los bancos, esos filántropos, nos ayudan a comprar una casa, un coche o un ordenador. ¿Qué más queremos? ¿De qué nos quejamos? No somos esclavos: podemos ir vestidos como los ciudadanos libres.
Mas no seamos pesimistas. Como siempre, ningún análisis de futuro predice todo. Por ejemplo, cuando parecía que el mundo se dividiría por siempre jamás en bloque capitalista y bloque comunista, cae el Muro de Berlín.
Ocurre que Lincoln tiene más razón que un santo. Si el engaño deja de estar en un grupo pequeño enseguida será descubierto. No se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. El sistema ha cometido muchos errores, y por ahora más o menos ha sabido mantenerse. Pero empieza a hacer aguas. Al menos en lo cultural.
Mientras el arte contemporáneo fue arrebatado al gran público y se limitaba a un espectáculo para multimillonarios, el sistema basado en que
el anti-arte es arte funcionó bien. La plebe no comprendía cómo un millonario pagaba muchocientos dólares por una lata llena de caca. Pero lo aceptaba, desde siempre se asume que los ricos son "extravagantes".
Al público en general se le mostraban los temas ya masticados, rematados. Por ejemplo, una visión heroica, edulcorada, de las Vanguardias Históricas, y se les dejaba a Picasso y a los pintores antiguos. De este modo lo de
"yo es que no entiendo" funcionaba maravillosamente.
Pero ¡ay! la codicia. La codicia inconmensurable de los políticos, que inauguraban museos de Arte Contemporáneo hasta en el patio de tu casa si lo dejabas abierto de noche, la de los opinadores (gurús y expertos), la de los editores, la de las fundaciones, los bancos, y hasta de los profesores de la carrera de Bellas Artes, en un momento -los años 90- en el que el negocio iba muy bien, hizo que como decía el cuento, entre todos
"matasen a la gallina de los huevos de oro".El negocio iba tan bien, la teoría iba tan bien, los eventos tipo Bienal de Venecia y Documenta, Arco, etc, iban tan bien, la venta de libros, los programas de TV especializados... todo iba tan viento en popa que se pensó que al fin la gente corriente (la plebe) ya estaba preparada para asumir la modernidad. Ya todo el mundo podría entender el
ready-made y la caca enlatada, y admirar a las señoras que semidesnudas se daban latigazos con la cabeza tapada por una capucha de raso.
Así que se preparó la versión
low-cost del anti-arte, una campaña de popularización y consagración de figuras por todo lo alto. Las fundaciones como Caixa Galicia, las salas municipales, los museos de arte contemporáneo, los libros de Taschen, ya podían libremente dejar ver lo que hasta ahora estaba reservado a la élite.
Pero ocurrió lo peor. La gente, en lugar de pelearse por los productos low-cost del Gran Arte Contemporáneo, para imitar a sus ídolos de la élite -que compran por ejemplo, camas deshechas con manchas de sangre de regla- optaron por reírse. Igualito que el niño del cuento.
Y en esas estamos.
Algunos avispados empresarios, como
Saatchi, se dieron cuenta y han reaccionado a tiempo, dando un giro de 180º a sus inversiones en arte. ¿Qué pasó?
Pues sencillamente, que las camas deshechas, los tiburones en formol, las salas vacías o las latas de caca no son, pese a su precio, pese a su marketing, bienes deseables, anhelados, codiciados con envidia como los Ferraris o las teles de plasma. Son -en muchos casos, literalmente, m-i-e-r-d-a. No valen nada. Un simple bluff.
La élite misma había sido engañada. Y por doquier empieza a naufragar el negocio del arte contemporáneo, aunque apenas lo notemos todavía. El sacrosanto edificio teórico que lo sostenía era puro sofisma, muy aparente. Pero curiosamente, en este perfecto mundo liberal, capitalista, democrático, moderno, el arte necesita tener la misma función de siempre, que es algo más que ser comprada por la élite.
Mientras la plebe desconocía el anti-arte, los ecos de los happenings sonaban a rebeldía. Pero cuando a los mileuristas se les presentaron libros con cientos de ilustraciones de objetos horribles, espantosos, como caballos colgados del techo, que mostraban más que ingenio, caradura, el pueblo llano entendió al fin que de rebeldía, nada. Nada auténtico, nada que no hubiese sido previamente pactado, subvencionado y programado. Se rieron de los anti-artistas, de los opinadores, y de los millonetis que alguna vez pagaron algo.
Pero ¿por qué la élite no notaba el engaño? Primero porque según la ley de Lincoln, era un grupo pequeño, y es fácil mantenerlo engañado. Pero además porque la gente de la élite, que no necesita gran esfuerzo diario para mantener un buen nivel de vida, con lujo incluido, no nota fácilmente la diferencia entre lo auténtico, lo que lleva un trabajo o sinceridad detrás, de lo que es puro oportunismo aderezado con teatro.
Los bufones siempre han buscado a los ricos, no a los pobres. Porque el pobre sabe cuánto cuesta ganar mil euros, por lo que jamás tolerará que un niñato de palabra fácil, con manos impecables, sin callos en ellas, le pida cien mil euros por un frasco lleno de babas o heces.
Lo que no sabe mucha gente, y debería saber, es que a pesar de todo, están pagándole a esta gente sus pasatiempos. La mayor parte del dinero que en España se invierte en el llamado arte contemporáneo (anti-arte),
es dinero público, es decir, salido de todos y cada uno de nuestros bolsillos. Subvenciones, museos, colecciones, estudios, facultades como la de Pontevedra... todo lo pagan nuestros impuestos. Y eso ya no es para reírse, sino para cabrearse.