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En mi curso de la universidad, que ahora inicia su segunda parte,
"Saber Ver el Arte (el arte desde dentro)" estoy haciendo una serie de visitas a distintos lugares relacionados con el arte. Talleres de pintores, escuelas de arte, museos, estudios, colecciones privadas... combinadas con una serie de contenidos de índole teórica.
En una de las clases, dentro del bloque dedicado a la formación artística, se habla de la importancia del dibujo.
Desde pequeño, al igual que otros muchos niños, sentí atracción por el dibujo. Con muy pocos años disfrutaba -como otros muchos niños- deslizando lápices, bolígrafos o rotuladores por la superficie inmaculada de un papel.
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La línea, que surge como pensamiento instantes antes de trazarse, fue atrapándome poco a poco. Nunca he dejado de dibujar. Incluso cuando estudié Restauración -de obras de arte, no Cocina- o cuando estuve casi un año en Bazán, ni siquiera entonces dejé de dibujar.
Mi formación en dibujo empezó en casa, como autodidacta, aunque yo pronto empecé a asistir a clases particulares -unas mejores, otras peores- y veía siempre a mi madre pintando y dibujando.
Durante tres años, tras mis primeros balbuceos artísticos y mis primeros intentos de formación, asistí regularmente a la clase de dibujo y pintura de Ricardo Segura Torrella. Este pintor ferrolano tenía un trazo vigoroso, lleno de fuerza, que se nota en la explosión cromática y de empastes en sus cuadros. Pero sobre todo, los que lo tuvimos como profesor, tuvimos la suerte de poder ver su mano pequeña y nerviosa trazando aquellas líneas seguras con las que corregía los trazos inseguros que uno iba tejiendo poco a poco en los blocks de dibujo "BASIK".
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Con Ricardo Segura Torrella sólo quise dibujar. Nunca quise hacer otra cosa. Sus clases fueron el fundamento de mi iniciación al arte. Aprendíamos a retratar personas, copiándonos unos a otros mientras dibujábamos. Algunos traían amigos o parientes para que los retratásemos... de ese modo fue como conocí a mi mujer,
Carmen Martín, pues su hermana Mónica iba conmigo y la llevó a posar el 27 de Octubre de 1988 (es que el retrato, con la fecha, está en la sala de mi casa).
Siempre he creído que el dibujo es la base de todas las artes, una gimnasia necesaria y agradable, una manera de pintura mucho más íntima y directa, en la que los trazos del cerebro se ven directamente, sin artificio ni ropajes. Algo tan básico que no puedo concebir la idea de un artista que no dibuje.
Concibo el dibujo como una exploración, un aprendizaje continuo. Dibujando se estudia el mundo, como hacía Leonardo da Vinci. En realidad considero a todos mis dibujos como estudios, en los que aprehendo parte de la realidad y al mismo tiempo la aprendo. Pero es que además ¡es divertido!
Estaba muy convencido de esto. Sólo al llegar a la facultad de Bellas Artes de Pontevedra empecé a oír que el dibujo no importaba, que "restaba libertad" y demás macanas. Los constantes comentarios en contra del dibujo, el desprecio que se notaba entre los profesores hacia el virtuosismo técnico, la sutileza, la exactitud, el dominio de los recursos expresivos... fue minando mi ilusión inicial. En pocos meses pasé de estar eufórico por comenzar al fin mis estudios soñados a estar deprimido por ver que todo lo que yo tenía ganas de aprender no sólo no lo aprendería sino que me prohibirían hacerlo, pues estaba evidentemente mal visto.
En 4º curso, incluso tuve una profesora que llegó a hacerme llorar de impotencia, pues su persecución de mi creciente habilidad en el dibujo llegó a ser un verdadero acoso. Gracias a una conversación en la que comenté mi problema con ella a la entonces jefa de departamento, Araceli Liste, pude librarme de esta tipa y conseguí que sólo me evaluase la otra profesora del grupo, cuyo nombre tampoco recuerdo.
Después de estos años pasados en Pontevedra (lo de Barcelona es otra historia) tengo que decir, que lejos de convencerme esos argumentos de que el dibujo ya está superado, que no es necesario, que se aprende enseguida, etc... pues más bien pienso lo mismo que Luis en un comentario de este blog, que estoy pensando en enmarcar: "Ahora puedo gritar “TOLERANCIA CERO”.
Aunque suene pretencioso, que no lo pretendo, yo sé dibujar. No es nada extraordinario: el dibujo es una disciplina que se adquiere con práctica y estudio, y en mi caso he satisfecho ambas exigencias. Durante años me he consagrado únicamente al dibujo, durante muchísimas horas. No sólo dibujaba durante parte del día, sino que literalmente vivía pegado a libretas y lápices. He hecho cientos, miles de dibujos. Dibujos en su mayor parte de retratos y desnudos, aunque no desprecié otros temas. Pero no me ha bastado con eso: sigo haciéndolo. Para mí dibujar es algo natural, y no me cuesta. Me gusta. Nunca entenderé que haya supuestos artistas -excepto si son novatos, si no saben- que odien el dibujo, que dibujen poco y sin ganas.
Es MUY curioso que todo lo que odio en arte, todo lo que me parece un timo, todo lo que me parece penoso, cutre, feo, estúpido, interesado, vendido, traidor de lo auténtico, negocio sin escrúpulos, va unido al desprecio por el dibujo.
Los conceptuales han hecho bandera del desprecio por el dibujo. Un desprecio profundo, que existe incluso cuando se afanan en llenar grandes superficies de trazos de carboncillo. Un desprecio que se resume en: me río de esta mierda. Lo mismo que muy inteligentemente criticó Tom Wolfe en "¿Quién teme a la Bauhaus Feroz?", libro que recomiendo "muy muchamente". Aunque en el caso de Wolfe hablaba del profundo desprecio que supone el postmodernismo arquitectónico a los estilos históricos que imita (por ejemplo, Boffill).
Desprecio al dibujo existe también en los que convierten la pintura, el dibujo, el grabado y todo lo que el arte es, en una mecánica tortura, sin alegría ni pasión: los hiperrealistas. Gentes que no se atreven a sacar un boli para garabatear en una servilleta la curva irrepetible de una espalda en un autobús, pero que llenan superficies de varios metros cuadrados con la traducción a trazos mecánicos y pacientes de una fotografía previamente proyectada en el lienzo.
Desprecio al dibujo también es el que ejercen los pintorcillos domingueros que viviendo en pleno monte sólo saben pintarlo cuando sacan una fotografía de lo que se ve desde la ventana de su estudio.
Después de todo este tiempo que he pasado dentro de este mundillo, tanto dibujando, como enseñando, como pintando, grabando, fotografiando, acompañando a mi mujer a sus maratones de pintura, asistiendo a exposiciones, visitando museos, leyendo libros... después de toda mi experiencia vital en torno al arte, puedo afirmar, y cada vez estoy más seguro de ello, que para el arte, para que el arte sea algo vivo, vigoroso y de verdad, sólo existe un camino: el dibujo.
El dibujo es la clave. Y lo sé entre otras cosas porque no hay nada que cabree tanto y por igual a conceptuales, hiperrealistas y domingueros como decir en voz alta que las fotos no valen como "bloc de notas", que hay que dibujar las cosas del natural, y dibujar mucho, constantemente. Haced la prueba, decidle esto a algún "artista" de estos, y observad la reacción.
Por ejemplo: hace tiempo, en este mismo blog, escribí una entrada en la que defendí el dibujo del natural contra la copia "de foto". Posteriormente, en diversas discusiones sobre arte en Internet pude constatar el rechazo frontal a mis tesis. Pues bien, hubo quien me amenazó -incluso con abogados y toda la cosa- ¡por no opinar igual que él!
Hay muchos grandes pintores. Pero sólo algunos son a su vez grandes dibujantes. Todos los grandes al menos son dibujantes eficaces, pero una pequeña minoría destaca en esta práctica. Con el tiempo, cada vez me gustan más los pintores-buenos-dibujantes sobre los pintores-no-tan-buenos-dibujantes.
Una forma de comprobar esta teoría es visitar una exposición de segunda, como las que solemos tener en Ferrol, Coruña, etcétera. Si el pintor destaca como dibujante, encontraremos siempre algo bueno que ver. Por ejemplo: Sorolla. Cuando el pintor es un dibujante pasable, las exposiciones de segunda suelen ser muy, muy decepcionantes, por más que los curas -guías de almas en las exposiciones, contratados por las instituciones dueñas de las salas- se empeñen en sermonearnos sobre las bondades de los Seoanes, Granells, etcétera. Ya pueden llenar el catálogo de sesudos estudios históricos, que... si falla el dibujo veremos mucho cartelito, mucho texto... pero lo demás... bastante flojo.