En el anterior post, entre sus comentarios, se habló de temas muy interesantes. El dibujo, su corrección, su necesidad dentro del arte...
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Como todos sabéis, pues no lo he dicho pocas veces, soy un amante del dibujo. Practico esta arte desde que tengo conciencia, y ayudo, en mis clases, a iniciarse en ella a gente de todas las edades y procedencias. Me apasiona dibujar. Muchos de mis amigos comparten esta pasión. Recientemente me he llevado la alegría de ver que esta pasión prende todavía en gente nueva, y que a poco que uno escarbe en Internet se encuentran dibujantes apasionados, bien en el estilo de ilustración, como
Diburtimentos, o
El Kaniho, bien en dibujo artístico como
Señor R y
sus recomendaciones,
J. M. Moreno...
En mis enlaces recomendados hay muchos otros ejemplos, y espero no ofender a ninguno por omisión.
Muchas de mis ideas sobre el dibujo están en una entrada antigua de este mismo blog (y en sus comentarios):
Apología del dibujo, que por supuesto os invito a releer.
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Lo que me sigue sorprendiendo es que haya mucha gente que sigue pensando que un buen dibujo es el que reproduce de manera exacta una fotografía, entendiendo por manera exacta cosas como que la cara sonriente tenga todos sus dientes.
Dibujar es otra cosa. Hoy día estamos invadidos por las fotos pasadas a óleo, a acrílico, a bolígrafo bic o agujeritos en un papel. Tan sólo el procedimiento pictórico, en ocasiones extravagante, diferencia a unas foto-pinturas de otras. Se supone que eso mantiene viva a la pintura, pero para mí eso es precisamente la demostración de que alguna gente la ha enterrado. La han enterrado hasta tal punto de que ni siquiera generan la composición pictórica por medio del dibujo, por medio de procedimientos propios de la pintura, sino por procedimientos mecánicos exhaustivos que limitan su consciencia del proceso a la simple reproducción mecánica de modo que ni siquiera los más aburridos academicistas del pasado llegaron a soñar.
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El hiperrealismo -para mí uno de las más tristes invenciones que el neodadaísmo nos ha traído- ha convertido la pintura en una descripción píxel a píxel de superficies. No existe emoción, no existe maestría ni oficio: sólo traducción de píxeles originales a milímetros cuadrados de superficie pintada. Las técnicas, hoy muy avanzadas, de proyección, evitan tener siquiera que trazar una cuadrícula para poder ejecutar una copia fiel de una imagen fotográfica en papel o lienzo.
Quizá soy anacrónico, pero concibo todavía el cuadro como un dibujo, en el que es el cerebro humano el que organiza desde el principio hasta el final toda la superficie. Huyo de las fotografías como referente, pues atontan nuestras capacidades. Parte del misterio y de la fuerza de un cuadro están precisamente en el esfuerzo mental del artista a la hora de ejecutar un esbozo sobre el lienzo, corregirlo, irlo acabando... Incluso, el hecho de ir a los sitios para pintar un paisaje, de tener delante a la modelo, cambia radicalmente el resultado final.
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¿Cómo se podría expresar correctamente la furia del acantilado con el mar batiendo sobre las peñas, a cincuenta metros por debajo de nosotros, si no estamos
justamente allí? El resultado de traducir una foto a lienzo siempre es mucho más pobre, porque carece del realismo que le imprime ver las cosas realmente, olerlas, sentirlas.
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Cuando empezaba en esto, miraba con reverencia el arte del pasado, creyendo que nosotros nos encontrábamos en una época pobre, incapaz de llegar a sus logros. Por supuesto, en algunas cosas envidio todavía a las generaciones de otros siglos. Pero hay algo que sí ha mejorado. Nosotros -en este caso hago referencia a gente como mi mujer y yo, como Freud o Hockney... utilizamos el dibujo para cada parte del proceso. Si hemos de dibujar un caballo, no dudamos en visitar un picadero y abocetar allí mismo. En el siglo XVIII se copiaban muchas veces láminas de libros, poca gente se iba a los sitios a pintar la realidad. Y si lo hacía, aún así los modelos establecidos pesaban en el resultado mucho más que ahora (ver "
El Rinoceronte de Durero").
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Si de algo podemos sentirnos orgullosos es de que aplicamos el método renacentista -describir el mundo a través del dibujo- combinándolo con la costumbre del
plen air impresionista, dibujando todo tal como nuestros ojos lo ven, y en vivo, sin estar atados por convenciones. Evidentemente construir representaciones sin tener modelos previos claros es más difícil, pero también permite jugar con una versatilidad y variedad virtualmente infinitas. Del mismo modo que un adulto suele dibujar tal como el niño que era antes de dejar de dibujar, nuestro dibujo se encuentra en un momento muy semejante a los años 1920, cuando el dibujo empezó a dejar de ser venerado.
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Tendríamos que recuperar ese momento: el dibujo es quizá el gran camino para el arte nuevo, y lo digo con el mismo convencimiento sincero que quizá tuvieron los primeros vanguardistas. ¿Por qué renunciar a él? ¿Por qué buscar modelos en nuestros contemporáneos y no en la realidad misma? Nadie va a despreciar un dibujo de una manzana porque no responda a las convenciones actuales, porque entre otras cosas no existe una convención dibujística que se destaque sobre las demás.
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Evidentemente hay muchas maneras de dibujar, muchos "estilos" y procedimientos. También el dibujo abarca todas las artes. Desde el
cine hasta la escultura, y en cada una de ellas se especializa, adaptándose a lo que cada arte necesita.
En pintura el dibujo da estructura y proporción, expresividad y fuerza. La fuerza no es una cualidad etérea o mística como los superpoderes de Star Wars, sino la rotundidad y realidad de la representación, conseguida sólo gracias a un conocimiento exacto de las formas y una práctica precisa de las técnicas.
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Dibujar es trabajar los cuadros, desde la misma idea de la composición, expresada vagamente en unas líneas sobre el papel, hasta el contorno idóneo encontrado tras muchas pruebas o un feliz momento de dominio súbito, y hasta es dibujo la dirección de los trazos, de las propias pinceladas, el amor por el detalle, el planteamiento de los contrastes cromáticos y de tonos...
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En los cuadros hiperrealistas raras veces encontramos más que meticulosidad, en realidad fruto del azar, porque en la reproducción ordenada de las filas de píxeles de una imagen, no hay una inteligencia ordenadora: cada tono más o menos oscuro, más o menos rojo o verde, amarillo, azul, marrón, se va sucediendo sin una imagen mental de conjunto que anime la composición. La reproducción de fotografías, es, por definición, totalmente secuencial, y no espacial, por ser precisamente mecánica y no generada por la mente del artista.
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En cambio, en la reproducción realista de un modelo de carne y hueso, muchos procesos mentales ordenan la percepción, buscando jerarquías, modelos repetitivos, patrones... además el modelo se mueve, nos habla, la luz vibra... por lo que a la pura imagen que vemos y el cuadro que tenemos en mente se le añade una vivencia del momento, sentimientos, percepciones nuevas no previstas...
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El resultado de copiar una foto o copiar del natural es radical y absolutamente diferente, pese a que el lenguaje nos obligue a utilizar la palabra "copiar" en ambos casos. Pero en el primero, reproducimos mecánicamente una superficie plana en otra superficie igualmente plana, mientras que en el segundo caso creamos una obra bidimensional original, nueva, partiendo de un referente tridimensional real.
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Quizá uno de los primeros pasos para entender qué es el dibujo consista en comparar los dibujos de
Leonardo con los que
algunas páginas de Internet nos ofrecen comprar como obsequio "para esos momentos tan especiales". Hay mucha bibliografía que podríamos mencionar, pero quizá un buen libro, fácil de conseguir, sea el archiconocido
"Nuevo Aprender a Dibujar con el lado derecho del cerebro", de la profesora norteamericana
Betty Edwards.